El viento sopla, y hace ondear la levita y el pelo, se pueden escuchar con claridad sus pisadas en la hierba cuajada del rocío de la noche. Y sin saber muy bien cuando, en algún momento a pasado de ser una visión etérea a ser un hombre de carne y hueso.
Un hombre que se detiene delante de Elizabeth Bennet después de haber protagonizado el mejor descenso de colina de la historia. Una de las cosas que más me gustan de esta escena, es que cuando vemos a Darcy, lo que estamos viendo es lo mismo que está viendo Lizzy, la cámara le enfoca desde el mismo lugar en el que está ella. Lo que ayuda más si cabe a integrarnos en la escena. El paisaje es melancólico pero a la vez esperanzador, la luz del sol va rompiendo la oscuridad que hay alrededor de la pareja. Es muy simbólico, como la oscuridad de la noche representa el pasado lleno de problemas, y el amanecer el nuevo comienzo y la nueva etapa que les espera.
Joe Wrigth dijo sobre la escena, en Director´s Commentary:
"Tengo un problema con esta escena. Tengo mis dudas sobre ella porque quizá sea algo exagerada, demasiado romanticona, pero si no pecamos de eso ahora, ya no lo haremos. Este plano dura demasiado (en referencia al plano de la caminata de Darcy) pero si Matthew no se ha ganado este momento.... Había una maquilladora a mi lado mientras lo estábamos rodando. Me susurró: Ojala mi vida fuese así"
Por ello esta escena rebosante del romanticismo más pasteloso, idílico, perfecto y arrebatador, merece tener su propia entrada.